¿Suicidas románticos o suicidas existencialistas?

Primero unas lecturas, luego un comentario, y el debate ya estaba puesto sobre la mesa. De diez personas que había en la sala, cinco descartaban tajantemente la idea del suicidio y otras cinco se acogían a que en un futuro nunca se sabe cómo uno va a reaccionar. La misma cuestión planteada en otro entorno dejaba las mismas estadísticas: un 50%, cuatro y cuatro. “Si uno no quiere vivir, ¿por qué ha de hacerlo?”, cuestiona alguien. Al margen quedan los debates sobre la eutanasia, hablamos de elegir morir estando en óptimo estado de salud ¿Podemos estar a favor del suicidio?


Fernando Pessoa escribió: “Y yo que odio la vida con timidez, temo la muerte con fascinación”. El historiador Philippe Ariès analiza el papel del de la muerte en la sociedad en su libro El hombre ante la muerte. Explica que el hecho natural de morir fue convertido en tema tabú con el advenimiento de la Iglesia. Es a partir de entonces cuando al querer alejarlo de la vida, se aparta también de la sociedad, dejando de ser un acto público para convertirse en un acto privado. La muerte es en la actualidad un tema del que se intenta huir ¿Puede, a pesar de eso, contener la fascinación de la que habla Pessoa? ¿Puede contener la muerte -y el hecho de elegirla libre y decididamente- algo que nos atraiga?
El suicidio es el acto por el que una persona se quita voluntariamente la vida. En la Roma clásica, Seneca, que posteriormente se suicidaría, lo ensalzaba como el último acto libre de una persona. El filósofo Immanuel Kant anotó: “Es preferible sacrificar la vida que desvirtuar la moralidad. Vivir no es algo necesario, pero sí lo es vivir dignamente; quien no puede vivir dignamente no es digno de la vida”. Son dos modos diferentes de dar justificación al suicidio.
Schopenhauer expresó: “El suicida ama la vida; lo único que le pasa es que no acepta las condiciones en que se le ofrece. Al destruir su cuerpo no renuncia a la voluntad de vivir, sino a la vida. Quiere vivir, aceptaría una vida sin sufrimientos y la afirmación de su cuerpo, pero sufre indeciblemente porque las circunstancias no le permiten gozar de la vida. ” 
Nietzsche, por su parte, es uno de los autores que más ha tratado el tema: “mucho mejor es la decisión de optar por la muerte rápida y libre a través del suicidio”.


Otras figuras, por el contrario, condenan el acto del suicidio. El alemán Goethe expresó: “El suicidio sólo debe mirarse como una debilidad del hombre, porque indudablemente es más fácil morir que soportar sin tregua una vida llena de amarguras. Quevedo escribió: “Matarse por no morir es ser igualmente necio y cobarde.”
Los argumentos predilectos, tanto a favor como en contra, se centran en la moral (o falta de moral) de quitarse la vida. Pero esto nos conduce indudablemente a analizar las causas. Emile Durkheim postuló que el suicidio era un fenómeno sociológico, que no se asociaba a un acto individualista, sino a una falta de integración del individuo en la sociedad.

¿Sufrimiento o apatía?
Problemas mentales, depresiones, pérdidas de personas amadas, autorechazo, tendencias suicidas heredadas o consumo de estupefacientes son algunas de las causas más comunes entre los suicidas. Suele relacionarse con la visión del túnel, la muerte como luz final. ¿Pero es el suicidio consecuencia únicamente de ver la muerte como única salida a una cadena de sufrimientos? ¿O es posible llegar a la decisión de querer morir tras un análisis bien ponderado y racional?
Las más conocidas historias de suicidas están abordadas desde la perspectiva del amor. Es clásica la visión romántica del suicidio como respuesta a pasiones con final amargo. El romántico alemán Friedich Von Hardenberg, más conocido como Novalis, planteo: “El verdadero acto filosófico es el suicidio; este es el principio real de toda filosofía”. En contrapunto, Albert Camus escribió: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: es el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena de ser vivida es contestar la cuestión fundamental de la filosofía”.

Larra, recordado estos días por cumplirse años de su suicido, se asombraba del “apego que todos tienen, sin embargo, a esta vida tan mala” en su artículo La vida en Madrid. En torno a su figura se sigue aún hoy planteando si en su suicidio, como buen romántico, primó como consecuencia el desplante de Dolores Armijo, o, si en un tono más existencialista, su suicidio se debió a la incomprensión y al sinsentido que encontraba en el mundo en que vivía. 
El existencialismo aborda como hilo principal de sus reflexiones el sentido de la vida y la libertad individual por encima de cualquier atadura. Llegar racionalmente a la comprensión de que la vida no tiene sentido, de que lo bueno no compensa en la balanza con lo malo, ¿es una causa razonable, y en consecuencia aceptable, de desear morir?
¿Es preciso morir por amor o basta con hacerlo ante el tedio de vivir? ¿El suicidio puede ser decisión no producto de un sufrimiento, sino de unas conclusiones racionales?
Este mes se publicaba que 3.500 personas se suicidan al año en España, una cifra muy superior a las 1.897 víctimas mortales registradas el pasado año en las carreteras españolas. Sin embargo, los suicidios no son noticia en los medios de comunicación (a excepción de que el suicida sea famoso), ya que Sanidad considera que tratar el tema en la palestra pública puede incitar a suicidas potenciales.

Escribir ante la muerte
En la literatura, el tema del suicidio queda relegado a un segundo (o tercer) plano, a pesar de que la muerte es uno de sus temas más recurrentes. “Era un chico alegre, que amaba la vida y que, por el contrario, lo llamaron para escribir sobre la muerte”. Así definía Antonio Tabucchi a uno de los personajes de su novela Sostiene Pereira, un chico que, precisamente porque amaba la vida, escribía sobre la muerte, colaborando con Pereira, el protagonista de la obra, en la escritura de necrológicas.
Éste es uno de los numerosos libros que hablan de la muerte en sus páginas. El vacío literario que quizás ocupa el suicidio en las obras literarias, no encaja, sin embargo, con el amplio listado de autores que optaron por escribir de este modo su última página.
Manuel Acuña, Mariano José de Larra, Ángel Ganivet, José Asunción Silva, Vladimir Maiakovsky, Jack London, Stefan Zweig, Hemingway, Virginia Wolf, Horacio Quiroga, Alfonsima Storni, Sylvia Plath, Hart Crane, Emilio Salgari, Guy de Maupassant, Cesare Pavese, Malcom Lowry, Dylan Thomas y Gabriel Ferrater o Sándor Márai fueron sólo algunos de los escritores que se han suicidado.
Ésta es una de las razones por la que muchos escritores, en un aullido desesperado de sin sentido, identifican el proceso de escritura con un trabajo desquiciante que te acerca a la muerte. Frente al “escribir mata” que abanderan algunos, Daniel Pennac explicó que el tiempo para escribir (y para leer, y para amar), “dilata el tiempo de vivir”.
Igual la escritura no mató a estos escritores, sino que sirvió para mantenerlos con vida hasta ese momento. Frente a los pensamientos suicidas (románticos o existencialistas), escribir es, a veces, el modo más eficaz de agarrarse a la vida y amarla.