En busca de las leyendas de Tánger


“Una ciudad sin leyenda es como un cuerpo sin alma". En Tánger, uno reconoce estas palabras del poeta Wiliam Blake. Por eso, lo preferible es viajar acompañado de alguien que te sepa descifrar los secretos que se dibujan en los muros de la medina tangerina. Mientras se busca a los acompañantes, uno puede también arroparse por el Tánger más literario, el que dejó descrito Paul Bowles, el escritor norteamericano que como su personaje en El cielo protector (The Sheltering Sky), novela publicada en 1949, llegó a esta ciudad del norte de Marruecos y ya no supo deshacerse de ella, se le quedó adherida a la piel, tal y como se queda pegado el sol de África

No se consideraba un turista; él era un viajero. Explicaba que la diferencia residía, en parte, en el tiempo. Mientras el turista se apresura por lo general a regresar a su casa al cabo de algunos meses o semanas, el viajero, que no pertenece más a un lugar que al siguiente, se desplaza con lentitud durante años de un punto a otro de la tierra. Y le hubiera sido difícil decidir en cuál de los muchos lugares donde había vivido se había sentido más a sus anchas”, decía uno de sus personajes al desembarcar en África. Bowles y su mujer, Jane Bowles, a pesar de sus espíritus errantes no lograron resistirse a Tánger y se instalaron en la ciudad a finales de la década de los cuarenta. Una ciudad que por aquellos años se había convertido en cuna de acogida no sólo de norteamericanos. Muchos británicos, españoles, franceses, optaron por estrecharse en los brazos que les abría el Marruecos del protectorado. Los alemanes construyeron calles para los españoles, los franceses idearon allí su pequeña París. Y aún hoy puede verse aquel toque europeo en una de las ciudades más modernas de Marruecos. 

Tenesse Williams, Truman Capote, Francis Bacon, William Burroughs, Allen Ginsberg, Gregory Corso, Timothy Leary y hasta los Rolling Stone fueron muchos de los que recorrieron entonces el Tánger de la época siguiendo los pasos de Bowles, que se quedó allí cincuenta años, hasta su muerte en 1999. Otros nombres asociados a la ciudad tangerina son Paul Monrad, Jean Genet, Samuel Beckett, Henri Matisse… Sin olvidar a Barbara Hutton, la que fuera esposa de, entre muchos otros, Cary Grant. La ‘pobre niña rica’ terminó comprándose un palacete en la Casbah, lugar de referencia. 

Hoy apenas queda nada de ellos. Quizás, los pasos perdidos que se evocan a la entrada de la librería ‘Des Colonnes’ (De las Columnas), un espacio clásico de la ciudad, que huele a madera. O al meterse de lleno en la Europa de los cincuenta, cuando uno se sienta en el Grand Café de Paris o en el Café de France. Aunque en Tánger uno también puede meterse en un cafetín, donde el viajero, y más aún si es viajera, recibirá amenazante la mirada de cada uno de los hombres del lugar. Siempre del sexo masculino, ataviados con los trajes de la zona, fumando rif y bebiendo té verde con yerbabuena, exageradamente dulce. 

También esta el café Tingis o el Fuentes, a los que uno accede atravesando el Zoco Chico. Aunque los guardianes de leyendas que te enseñan la ciudad, se decantan por el que fuera un clásico de la élite, y que hoy recuerda a un chiringuito de playa, aunque con aires de grada de campo de fútbol. Muy cerca de donde estuvieran las tumbas fenicias, está el Café Hafa, lugar de peregrinación que aún presume de la época en la que los Rolling Stones lo elegían como zona de paso. Desde este café, uno se queda endulzado como el té verde que absorbe, mirando el mar. Aunque hay quienes dicen que ya ha perdido toda su fuerza desde que la virginal zona ha sido comida por una amplia carretera. La (post)modernidad se zampó a los tangerinos románticos.

Más allá del te y la literatura, Tánger es, por encima de todo, su Medina y su Kasbah. Desde la plaza del Zoco Chico hasta el centro de la ciudad, donde chavales se agolpan ofreciéndose como guías, y los niños sonríen a las cámaras fotográficas mientras piden unos dirhamn. Si es fin de semana, también habrá tiempo para llevarse a casa el queso que las mujeres del Riff traen envuelto en palmito, o higos, o pan moruno. Como en casi todos los lugares, las tradiciones se conocen primero por el paladar. 

“Tánger se precipitaba hacia una decadencia de la que aún hoy se despereza lentamente. Una decadencia que no afecta en absoluto a la dignidad de sus habitantes, que transitan aparentemente conscientes de ser los primeros embajadores de África para el viajero europeo, son estos mismos rostros los que, impasibles, han visto pasar la arrogancia de los ‘colonizadores’ que, siglo tras siglo, han tomado la ciudad con vanas promesas de prosperidad, rara vez cumplidos”. Con estas palabras describe el compositor Luis Delgado esta ciudad de Marruecos. Así lo dejó escrito en el libreto que acompaña a su trabajo discográfico titulado ‘Tánger’. La banda sonora idónea para introducirse en África, para recorrer Tánger, una ciudad con literatura, con gastronomía, con secretos y leyendas, y, por supuesto, con alma.