La Hermandad: el regreso de Lydia Bosch

La Hermandad 
(2013, España)
Dir. Julio Martí Zahonero





Una de las películas menos taquilleras de la temporada, lo que demuestra no una falta de calidad, sino lo complicado que lo tienen las pequeñas productoras (en este caso, valenciana) para hacerse un hueco en la distribución por salas de cine entre grandes tiburones. Porque La Hermandad lo vale en calidad, pese a que tiene algunos fallos que la afean. Se trata de un filme que puede englobarse en el nuevo género de terror: lejos del gore, por lo que apuesta esta película es por el “gota a gota”, la paranoia psicológica que lleva al espectador a no saber hasta el final qué es verdad, qué no lo es y cuál es la explicación racional a lo que está sucediendo en el interior de un monasterio habitado por el último resquicio de los monjes benedictinos que siguen estrictamente las leyes del cristianismo. 

La Hermandad supone el regreso a la gran pantalla de una de las mejores actrices nacionales, Lydia Bosch, que encarna el personaje de Sara después de dos años alejada del cine. Sara es una escritora sumida en una depresión, y que tras sufrir un accidente de tráfico es recogida por dichos monjes. El proceso de recuperación de las heridas de Sara es al mismo tiempo el intento de cerrar sus propias cicatrices emocionales, así como las de los niños que a lo largo de la historia han pasado por las instalaciones de este lugar de culto. Sara tendrá que descubrir qué peso tienen esos pequeños en el monasterio actual.

En cuanto a 'puntos flacos', la película tiene un par de fallos de coherencia “literaria” en el desarrollo de las acciones –¿en qué momento ella se hace por segunda vez con las llaves de la iglesia? –, así como de racord. Sin embargo, tiene un final con un giro inesperado que sorprende y gusta al espectador (sobre todo al especulador). 

En cuanto a 'puntos fuertes', tiene principalmente tres, los cuales no sólo logran hacer desaparecer los posibles fallos de la película, sino que además le dan una nota bastante alta. Por un lado, la fotografía de la película –realizada por Miguel Llorens– es magistral, así como el área de Arte (Pepon Sigler) y la interrelación entre ambos departamentos. Cuidados escenarios y habitáculos que trasladan al espectador a la escena desde el primer segundo. Luces directas y contraluces, ambientes fríos que acompañan al espectador. Desde la linterna que empuña la protagonista en casi todas sus escenas hasta los rayos que entran por las pocas ventanas del monasterio. Luces suavizadas pero penetrantes. La segunda clave es la música. Maravillosa producción de Arnau Bataller, que fue interpretada por la orquesta del Liceu de Barcelona.

Por último, Lydia Bosch interpreta el 98% de las secuencias en el que es uno de los papeles más difíciles y mejor interpretados de la actriz. A su facilidad para el drama se le suma una espectacular agudeza para cambiar de registro. La actriz es capaz de sin apenas movimiento y con abundantes planos cortos y primerísimos planos, en un acto absoluto de contención, involucrar y transmitir al espectador las emociones que su personaje está sintiendo. El público empatiza desde el primer segundo con Sara y descubre a la par que ella a qué corresponden las inquietantes voces que se escuchan en el monasterio. Lydia Bosch se aleja (una vez más) de los personajes a los que sus primeras series televisivas tenían acostumbrados al espectador y vuelve a su naturaleza camaleónica, al desafío y a impregnar toda la película con la majestuosidad y profesionalidad con la que empapa a sus personajes. Que salga en prácticamente toda la filmación es ya en sí mismo una garantía.