Ahora sí: empieza la cuenta
atrás. Cuando uno lleva años queriendo hacer algo y de pronto lo tiene ante sí,
da vértigo. Más aún si uno no es
totalmente libre cuando toma decisiones. Porque no, no somos jóvenes en busca
de aventuras. Somos expatriados como consecuencia de un país pésimamente
gestionado, de una España en la que nacimos y nos formamos arropados por
nuestros padres, pero que ahora nos niega la dignidad de desarrollarnos como
personas.
Alejandro tiene un buen trabajo
en Alemania aunque después de cuatro años siga ardiéndole la brusquedad de
aquellos con quienes comparte país y eche de menos comer pez espada.
Cristina, ambas Cristinas,
malviven en Santa Cruz de la
Sierra y Londres. Una acoge con paciencia la oportunidad que
le han dado en Bolivia mientras recorre asustada sus calles y añora el ver
crecer a sus sobrinos, mientras que la otra se agarra a un trabajo que le da solo
para vivir mientras busca las oportunidades que no encuentra pese a que sabe,
lo sabemos ambas, que ella se las merece.
Tres ejemplos más –que no solo
son “tres más” para su familia y amigos que no pueden disfrutar de ellos– de
una crisis que ha desterrado a más de dos millones de personas, de una crisis
que por mucho que se diga que estamos saliendo de ella, a mi generación –quizás
a casi todas, pero yo siento lo que a la mía– dejará huérfana para siempre.
No nos dio tiempo a crecer
profesionalmente. Nos dio tiempo a aprender pero no a demostrar esa valía que
tenemos y que solo nos sirve fuera de un país que está y estará ya por muchos
años podrido.
Esa, la de no encontrar un
trabajo digno en España, es y no otra la razón por la que decido emigrar.
Paredes de mi cuarto de hace unos años, de la época en la que viajar solo entrañaba sueños. Entre las postales, la del barco que te llevaba a Montevideo. |
Es cierto también que Sudamérica
lleva inundando mis sueños viajeros desde hace una década, que Argentina, que
el Río de la Plata
ha sido una obsesión perpetua con la que he convivido durante años, como esa
postal que anunciaba los barcos de Génova a Montevideo y que yo tenía pegada en
mi cuarto mientras anhelaba embarcarme en uno de ellos y conocer esos lugares
de los que tanto había leído. Pero también sé que como en la canción de Sabina
al llegar a la plaza de Mayo de Buenos Aires me dará por llorar y me pondré a
gritar: ¿Dónde estás?
PD- Choca a la deriva es el título de esta serie, y se lo "robo" a mi amiga Cristina, aunque yo no sea realmente una "choquera". Es un homenaje a ella, porque sentir cerca no es cuestión de distancias.