La salvajada del toreo, en evidencia




 “Tu indiferencia te hace cómplice”. En grandes letras verdes, sobre un fondo negro, esas eran las palabras que ponía la pancarta. Así, directa a la conciencia de los transeúntes. Y realmente fue haciendo efecto. Poco a poco, a partir de las cuatro de la tarde del pasado domingo 27, los viandantes que circulaban deprisa por las calles céntricas de Madrid, detuvieron el paso. La Puerta del Sol estaba repleta de turistas, que habían dedicado el domingo de Resurrección a pasear por la capital. Era el último día festivo y la música que sonaba de fondo, comenzaba a acercarlos hasta el improvisado ruedo. El mismo alrededor del cual se quedarían, acorralándolo, quizá –ese era el objetivo–, para reflexionar. 

La asociación animalista ‘Gladiadores por la paz’ era quienes estaban detrás, los defensores de aquellos que no tienen voz ni la tendrán nunca, los animales. Pero que no tengan voz no significa que no tengan derechos, y desde esta entidad lo saben muy bien, y por eso se dedican a luchar contra todo aquello que vulnera los derechos de los animales. Una de las especies de animales que más en desventaja está es el toro. En España aún se vende como “cultura” la salvaje y grotesca actividad del toreo. Parece que muchos españoles aún no se han dado cuenta de que matar y hacer sufrir a los animales nunca puede ser denominado “arte”.


Los extranjeros empiezan a no asociar el toreo de España como su espectáculo más característico, sino como su salvajada más cruel. Ya no es algo de lo que estar orgulloso sino de lo que avergonzarse. Los turistas lo saben y quizá por eso, fueron muchos los que se detuvieran ante el “ruedo” en apoyo a los que luchan, a los que son capaces de montar una protesta antitaurina.

“Todavía hay quien piensa que el enfrentamiento entre un torero y un toro en una plaza de toros durante una corrida es del todo equiparada”, lamenta Olga de Miguel, animalista alma de esta asociación, que pone la vida en la defensa de los animales. Fue ella la que se encargó de explicar a los asistentes los sufrimientos por los que pasa el toro cuando es llevado a la plaza. Mientras, sobre un ruedo de arena improvisado en la céntrica plaza madrileña, centenares de voluntarios se desangraban, literalmente, con las banderillas clavadas en sus espaldas; desnudos, sufriendo. Se metían en la piel hasta el extremo de tocar la fibra sensible de las personas que saben que en este planeta se debe convivir con los animales, que no somos mejores que ellos, que se deben garantizar sus vidas. 

El toro es un animal herbívoro que no ataca sino que intenta huir ante la tortura que los españoles le imprimen. Para hacerlos flaquear antes de que se enfrenten al torero, ante la mirada atenta de un público igual de cómplice y asesino, "el toro es encerrado casi en la asfixia; se le han recortado en vivo los cuernos; se le ha atizado con sacos de arena en los testículos y los riñones; se le ha inducido la diarrea, se le han abrasado los intestinos; se le ha untado grasa y vaselina en los ojos para dificultar su visión, y en las patas una sustancia que provoca ardor; se le han rasgado los músculos del cuello para evitar que se mueva bruscamente". Tras estas torturas, reflejo de la más absoluta crueldad, es cuando se suelta al animal para que se enfrente a su propia muerte, quizá lo menos doloroso de su sufrimiento.

Tu indiferencia te hace cómplice”. Desde la entidad solo esperan que las palabras dejen huella, y que esta se traduzca en hechos en contra del toreo, en apoyo al toro.