Amistad a lo largo

Siempre he sido selecta con mis amigos. Cuando era niña pensaba que los verdaderos sólo podrían serlo después de un largo tiempo de convivencia, historias, chocolate e ideales compartidos. Quizá porque era lo que hasta entonces conocía. Porque mis amigos eran aquellos con los que había compartido tienda de campaña y verano en la playa, a los que no tenía que explicarles nada de mi vida pasada porque ellos habían estado ahí, presentes en los cumpleaños, en los desamores, en los juegos y en los tránsitos de la niñez a la adolescencia, esa en la que confusos y exaltados nos encontrábamos entonces.

Cuando llegué a la mayoría de edad y me trasladé a otra ciudad para estudiar la carrera, empecé a darme cuenta de que lo que me unía a mis amigos, lo que permitía la permanencia del vínculo, no era la cantidad de tiempo compartido, sino la calidad -y calidez- y la trascendencia de esas vivencias. Los amigos que una vez llegada a la juventud perduraron fueron aquellos a los que me unía más que el calendario; me unía la forma de ver la vida. Nos habíamos educado en un contexto muy similar y eso hacía que nuestro punto de partida fuera el mismo. No he vuelto a tener amigos con los que la empatía sea tanta en los aspectos generales de la vida. Amigos que son como hermanos, que me quieren y a los que quiero sin dudas ni conflictos, sin miedos y con la serenidad que solo se puede alcanzar con esa amistad que nació en la niñez y en la adolescencia. Amigos con los que las explicaciones están de más, amigos para cuyos padres ya eras como un hijo más cuando tenías 15 años, y ahora, media vida después, sigues siendo uno más de su familia. Los amigos que nacieron en esa primera etapa pero que lograron permanecer más allá de crecer son amigos a los que une el alma y a los que ya no hay dudas de que van a permanecer por siempre a tu lado. Forman parte de ti, y yo tengo la certeza de tener a los mejores del mundo.

Pero como decía, con los años me di cuenta de que además de esos compañeros de la vida y del ser, de esos espejos, uno puede hacer amigos en la etapa adulta. Y que esos amigos que se hacen cuando ya pasas los 20 no tienen que ser fruto de un extenso tiempo compartido sino de una intensa vivencia y, sobre todo, de una emoción, de un feeling.

Pocas veces acierto con las primeras impresiones, así que no me refiero a eso. Creo que con la primera impresión solo he acertado una vez en mi vida: el día en que Segovia opté por vivir en un piso solo porque la chica que iba a irse a vivir allí me cautivo en mi primer encuentro con ella. Por lo demás no suelo acertar. Y las personas que me parecen unas pijas, consentidas y antipáticas resultan ser encantadoras y buenas compañeras de la vida.

También descubrí entonces que lo te une a los amigos generados en la madurez no es esa especie de alma gemela y de forma de vida similar que te une a tus amigos de adolescencia, sino una vinculación extraña, invisible y muy fuerte que te une a ellos pese a que a veces poco tengáis en común; o quizás porque hay algo en común muy fuerte que te atrapa y te pega a sus pieles.

He perdido la cuenta de las veces que he cambiado de ciudad, de estudios, de grupos, de zona de confort... y si esta especie de inquietud geográfica y ociosa me ha permitido algo es la de conocer a personas muy diversas, la de entablar muchas relaciones.

Soy muy fiel y también soy bastante coherente. Pero no tengo mano izquierda. Cuando no conecto, no conecto. Como además disfruto mucho de mi soledad puedo pasar por un lugar, por un curso o por un trabajo, sin entablar una sola relación afectiva. Prefiero no hablar a hacerlo con quien no me cae. Eso a veces me ha dado fama de fría, de antipática. A cambio, con quien conecto lo hago rápido y lo doy todo porque además me dan todo. De mis múltiples tumbos por la vida conservo amigos, contados y puntuales amigos, que aunque la vida y la cotidianidad nos separe geográficamente nos une el alma y el amor.

Algo más me costo asumir que hay amigos a los que di todo y a los que quise con profundo amor, y que después se esfumaron. Muerta la amistad sabe igual que el fracaso, decía una canción, y yo me sentía así cuando de una amistad profunda sentía que solo quedaban cenizas. Algo de madurez me faltaba para entender que hay amigos de una sola etapa. Hice amigos, verdaderos y sinceros amigos, con los que me amé con devoción pero que solo permanecían, y ahora sé que eso también está bien, a un tiempo limitado. Después dejaron de ser amigos, a veces de manera traumática, pero la mayoría por la simple distancia afectiva. Dejé de considerar a esos amigos como una amistad fracasada para entender que fueron los mejores compañeros de un viaje que ya concluyó, y que por siempre guardarán un pedazo de mi corazón, pero lo harán desde un lugar del pasado y no del presente.

Sin embargo otros, después de ese momento compartido con intensidad, cuando la geografía nos separó físicamente, nos siguió uniendo la vida en acciones y en conversaciones, en secretos compartidos vía e-mail, Facebook, whatsapp… Ayuda internet a que las relaciones se mantengan aunque es las ganas y la intención de los dos participantes las que hacen que pasen los meses sin escribir dos palabras o que el contacto sea real, auténtico. No es solo la cercanía o la distancia la que te permite compartir la cotidianidad, sino lo que cada uno quiera; y la amistad, eso también lo he aprendido estos años, es cosa de dos. Si uno de los dos no da, la relación se evapora. Y está bien también, se vive, se ama y se continúa el camino.

Pero es hermoso cuando aunque pase mucho más tiempo del que se vivió junto a alguien, esa amistad perdura. No me gusta "poner al día" en un café rápido de lo que he hecho en los últimos seis meses de mi vida resumido en lo que tardo en beberme ese café doble con poca leche. Me gustan los whatsapp atemporales más allá de la distancia física; las conversaciones de skype a horas imposibles; los mensajes sorpresas; las fotos y los recuerdos; la pregunta sin explicaciones; la respuesta sin reproche; el día a día sin dependencias. Amigos con los que pase el tiempo que pase puedes contar con ellos. La amistad, en definitiva, es una de las grandes emociones que nos regala la vida. 


Amistad a lo largo, por Gil de Biedma

Pasan lentos los días
y muchas veces estuvimos solos.
Pero luego hay momentos felices
para dejarse ser en amistad.

Mirad: somos nosotros.

Un destino condujo diestramente
las horas, y brotó la compañía.
Llegaban noches. Al amor de ellas
nosotros encendíamos palabras,
las palabras que luego abandonamos
para subir a más:
empezamos a ser los compañeros
que se conocen por encima de la voz o de la seña.

Ahora sí. Pueden alzarselas gentiles palabras-ésas que ya no dicen cosas-,
flotar ligeramente sobre el aire;
porque estamos nosotros enzarzados
en mundo, sarmentosos
de historia acumulada,
y está la compañía que formamos plena,
frondosa de presencias.

Detrás de cada uno
vela su casa, el campo, la distancia.

Pero callad.
Quiero deciros algo.
Sólo quiero deciros que estamos todos juntos.
A veces, al hablar, alguno olvida
su brazo sobre el mío,
y yo aunque esté callado doy las gracias,
porque hay paz en los cuerpos y en nosotros.
Quiero deciros cómo trajimos
nuestras vidas aquí, para contarlas.

Largamente, los unos con los otros
en el rincón hablamos, tantos meses!
que nos sabemos bien, y en el recuerdo
el júbilo es igual a la tristeza.
Para nosotros el dolor es tierno.
Ay el tiempo! Ya todo se comprende.