Vanidad, egocentrismo y prepotencia. Podrían ser –quizás– tres lugares comunes en los que habitan escritores, actores, músicos, ¿periodistas?... y, en cierto modo, todas aquellas profesiones donde persona y oficio parten de la misma base, donde la exposición de uno frente a muchos es máxima. Puede que también la inseguridad, la que da la sensación del trabajo nunca perfecto, sea un espacio compartido.
Lobo Antunes se muestra directo y personal, desinhibido y al mismo tiempo tímido, de vuelta de todo y, en el mismo instante, sorprendido, expectante. El escritor va definiéndose sin adjetivos, con evocaciones, anécdotas y palabras que le retratan. Con silencios y cambios de tercio que dejan patente su capacidad de control, su manejo del entorno.
Referencias culturales frecuentes, intertextualidad, anhelos… que manifiestan una construida base de conocimiento, un estudio previo y una comparación constante entre lo que hay y lo que hubo, lo que hace él y lo que hacen los demás, lo que imagina y lo que existe.
Se muestra pasional –con la pasión de Bach– pero con una pasión retenida, que nace de la lógica más que del instinto, como demuestra al hablar del amor y las mujeres, de las arquitecturas complejas del ser humano que evoca en sus libros.
Inquilino posible de la melancolía como refleja al reconocer: "Nunca me siento solo cuando estoy solo”, para recapacitar que la soledad la siente sin embargo cuando está en compañía de la gente inadecuada.
Recurrente y obsesivo podrían ser también adjetivos que lo describan, sin dejar de ser tópicos que comparten las personas sensibles, los oficios artísticos, la humanidad cuando, consigo misma, logra analizarse con un poco de indulgencia y compromiso, con lealtad.