Marco Polo describe las calles, los pasos, las luces, los sueños, las nubes... de cada ciudad que encuentra, que inventa, que imagina, que anhela. Unas y otras ciudades son distintas: tienen nombres diversos que las denominan y, sin embargo, no es ese el motivo que las diferencia, sino la mirada que Marco Polo lanza sobre ellas. De igual modo, nuestra particular mirada es la que diferencia unas ciudades de otras.
En el libro Las ciudades invisibles, de Italo Calvino, Marco Polo habla de ciudades inventadas, las describe tal como él las ha sentido, las relaciona con las partes del cuerpo, con los adjetivos, con las pasiones. Sin embargo, entre tanta metáfora, en un momento de debilidad, Marco Polo reconoce que para él sí hay una ciudad de la que nazcan todas las que él narra. Esa ciudad es Venecia y todas parten de ella. Es entonces, cuando se le sabe "el truco", cuando parte del mito cae, cuando la imaginación pierde puntos en el juego a muerte contra la realidad. Marco Polo acaba haciendo visible su ciudad invisible.
Desde la última ciudad que habito leí Le città invisibili. Entiendo entonces la patente invisibilidad que hallo en cada ciudad a la que llego para luego marchar, en la que abro puertas que luego no encajan en sus marcos, en las que empiezo a bordar retazos que siempre dejo inacabados. “Quisiera ir siempre lejos, viajar si pausa, encontrarme cada día en un nuevo lugar del que lo ignore todo, en el que todo esté por descubrir, en el que abra los ojos a cada momento del día…”. Son versos leídos en la adolescencia y que por mucho que ahora nos sorprenda, pertenecían al diario de Sisi Emperatriz. Ir en busca de nuestras ciudades invisibles puede ser una presión que se pegue a nosotros sin terminar de saciarnos. A veces, nuestras ciudades invisibles, en las que visiblemente habitamos, nos persiguen pasado un tiempo, nos empujan a escapar, con la excusa de buscar más allá de donde ya no hay nada.
Sigue leyendo en Tu Aventura