«La democracia terminó con el teatro»


ENTREVISTA / Antonio Martín de Vayas

Antonio Martín y su hijo César
“Señor Pin, señor Pin, en Parnasia debe de ser fiesta”, decía el criado. “¿Por qué corres, Ulises?”, responde el señor, desde la almena del castillo. “Es que hay humo”. “Eso será que están quemando rastrojos”. “¿Rastrojos?”, pregunta el criado. “Sí, es la época”.
Antonio Martín de Vayas recrea el diálogo como si no hubiese pasado casi medio siglo desde que se lo aprendiera. “Aquella era una obra de cuatro personajes, en la que todo eran alegorías”, rememora. Martín nació en Ceuta el 1 de mayo de 1944 y aquella obra, que nunca llegó a estrenar, es uno de sus primeros recuerdos vinculados al teatro. Un primo suyo era su única referencia en un mundo del espectáculo que, pese al desconocimiento, le atraía enormemente. En aquellos primeros años del último Franquismo, su hermano José y él empezaron a interesarse por los aires culturales. De hecho, a su hermano le llamaban ‘el Cultura’. “La gente tenía muchas inquietudes y si te ibas a estudiar a Granada se potenciaba”, apunta Antonio Martín.

No recuerda su primera actuación en un teatro, pero sí la primera vez que lograron montar un espectáculo en Ceuta con su compañía. La obra se titulaba ‘No te fíes del inglés, yes’ y la compañía, ‘Las columnas de Hércules’. La formó junto a su amigo José Fernández Espinosa. Eran finales de los años sesenta. José Rodríguez, Pepe Escobedo, Esperanza Martínez, Juan Díaz, Andrés Domínguez o López Franco son algunos de los nombres que salen ‘a escena’ durante una entrevista con El Pueblo en la que pasado y presente se entrelazan como en una obra de teatro desarrollada en varios tiempos. El pasado martes, día 27, se conmemoró el 'Día Mundial del Teatro', una cita que se celebra desde que la crease en 1961 el Instituto Internacional del Teatro (ITI).

Antonio, en una de sus primeras funciones
Primeras funciones
“La mayoría de las obras que interpretábamos eran de cosecha propia”, explica. Aunque tampoco faltaban autores como Sastre o Strindberg. La visita a Ceuta de un profesor para impartir unos cursos de teatro y el estreno de una obra adaptada por Sastre coincidió con el asesinato de Carrero Blanco. Decidieron suspender la función. “Fue una decisión, no una obligación”, matiza. “Nunca tuvimos problemas con la censura, a excepción de una vez en la que tuvimos que matizar un texto”.
Era una época en la que las mujeres necesitaban constantemente del permiso de los hombres. Una realidad que casi les cuesta un disgusto. Titi era la protagonista de una de las obras que llevaron a escena en aquellos años. Era enfermera de la Cruz Roja y poco antes de que dieran las doce del mediodía, hora en la que estaba previsto el estreno de la función, el novio de la actriz “le prohibió salir a actuar delante de tanta gente”. “Espinosa y yo tuvimos que hacer malabarismo para convencer al chico, acordamos con él que Titi dejase el resto de representaciones si quería, pero que al menos ese día actuase; el público estaba entrando, no podía dejarnos sin protagonista. Nos la llevamos en volandas y la chica actuó”.

A Martín le gustaba mucho el mundo del teatro y no tardó en contagiárselo a su esposa. Su mujer debutó en Zafra, haciendo una sustitución, en el papel de criada. “Ella no sabía que le gustaba hasta que lo probó”, sostiene su marido. A partir de entonces, ella lo acompañaba a todos los estrenos y, a veces, hacía pequeños papeles. “Pero le daba mucha vergüenza”, apunta Martín, quien asegura que los nervios siempre salen a flote el día del ensayo general. “El último ensayo siempre sale mal, pero después el estreno queda perfecto”. “Antes de salir a escena siempre tienes un pellizco en el estómago, pero cuando se sube el telón, lo olvidas”, explica. “La personalidad hay que dejarla en el perchero antes de entrar en escena, en el mismo perchero donde está colgado el personaje que tienes que ponerte”. 

Aquel era uno de los principios que había aprendido sobre el oficio de la interpretación. Martín asevera que había “mucha formación”: “Traían a gente de la península a enseñar a los actores de Ceuta y, sobre todo, había mucha lectura”. “Antes se leía mucho; además, cuando se llegaba al colegio, tus padres ya te habían enseñado las cuatro reglas. La familia enseñaba también por qué lado de la acera se debía andar o que tenías que ceder el asiento a las personas mayores. Hoy la gente pasa de eso, pero eran normas de civismo”, lamenta Martín.
Él le enseñó a su hijo, el director César Martín, algunos secretos del teatro y recuerda la primera vez que el niño, con tres años, se subió al escenario del teatro Cervantes, durante una gala benéfica. Precisamente con su hijo hizo hace un par de años su, de momento, último papel, un pequeño personaje en un cortometraje que dirigía César. 

Época dorada
Idelfonso Álvarez Felip era el director del Teatro de Cámara y Ensayo. Él y Antonio Martín eran los dos grandes directores en la Ceuta de aquella época, unos años a principios de los setenta en los que Martín incluso llegó a tener un biógrafo. “En todas las barriadas, el teatro era apoteósico, sobre todo en el de Villajovita, que era espectacular”, recuerda Martín. “El teatro de Cámara, como era el oficial, siempre ayudaba a los teatros de barrio”, rememora. “Todo el mundo trabajaba y los desplazamientos, también cuando actuábamos en Marruecos, se costeaban entre todos: uno ponía la furgoneta, otro lo que tuviera, y si no, alquilábamos un ‘motocarro’. Cuando actuábamos en Tetuán o en Tánger, era el consulado quien lo organizaba todo”, explica. Otras veces se desplazaban a la península. “Nos daban 5.000 pesetas con las que pagábamos también el alojamiento”, explica. “No contábamos con medios y a veces era muy dificil poner en marcha a tanta gente”.

El espacio que ahora ocupa el Mercado Central; el ‘Terramar’, en Hadú; el ‘Hollywood’, que ahora es una cafetería, o el Centro Cultural del Ejército (Casino Militar) eran algunos de los espacios culturales de Ceuta en aquellos años. “El Casino de la Falange, en la Plaza de los Reyes, donde hoy está el ‘Spar’, tenía un salón interno que se cedía a las compañías para que ensayáramos. También estaba el bar ‘Niza’, que era nuestra zona de reuniones”, recuerda Martín. “Aunque a veces parece que Ceuta no tiene memoria”, lamenta. 

En esa línea explica que Manuel Merlo organizó el primer certamen de monólogos hace dos o tres años, pero que, veinte años atrás, ya había habido una primera edición de un certamen de monólogos. A Merlo, director actual del Centro Dramático de Ceuta, lo conoció en aquellos años, en los teatros de sombra de los setenta. “A Merlo le dejamos actuar e hizo de mimo con un tubo de pasta de dientes”, recuerda de los inicios del director.

No era sólo el teatro el arte que estaba en esplendor, según asevera Martín. Festivales de la canción, como el que se hacía en San Amaro, o de poesía y prosa en Los Rosales. Eventos patrocinados por el Ministerio de Cultura en una época en la que José Torrado (el padre del actual presidente de le Autoridad Portuaria) era el delegado de Cultura. Los vínculos eran muy estrechos. Torrado ejerció ese cargo desde principios de los sesenta hasta finales de los setenta. Potenció exposiciones de pintura, de filatelia, muestras internacionales de teatro y literatura, de modelismo. Trajo a Ceuta películas como ‘Tiburón’, en 1975. “Había muchísima actividad cultural, en Ceuta se celebró la I Semana de Cine Español, que luego desapareció. Vinieron estrellas nacionales y se estrenó ‘Volver a empezar’, que ganó el primer Óscar al cine español”, rememora Martín.
Otro ejemplo de ese proclive cultural fue que surgió, por primera vez, “el término de las cuatro culturas, a través de una fundación y de Radio Ceuta de la Cadena Ser, con José Solera y un profesor llamado Diego del Real”. “La ruina total de las actividades culturales llegó con el alcalde Francisco Fraiz Armada, en los años 80”, lamenta Martín. “Muchas actividades culturales estaban relacionadas con estructuras vinculadas al gobierno anterior. Se cargó los certámenes, era el ‘boom’ del progresismo pero acabó todo”, lamenta Martín, quien sostiene que en Ceuta “no existía ni la izquierda ni la derecha”, pero que las obras teatrales las patrocinaban “los que tenían poder”. 
“Hacíamos el teatro que nos gustaba, independientemente de si el autor estaba señalado políticamente. Eramos gente normal a la que nos unía el amor al teatro, no la política; pero la democracia terminó con el teatro”. “Ahora el problema es que los gobernantes ya no van al teatro o van tres minutos para aparentar”, añade. 

Para Martín, aquellos años de teatro están vinculados también a los amigos: “La amistad es como todo, ahora podemos ser íntimos, pero después por circunstancias de la vida tú te vas a Valladolid y yo me quedo en Ceuta; al principio, de vez en cuando, nos llamamos, pero llega un momento en el que ni tú te acuerdas de mí ni yo de ti. Pasan los años hasta que un día haces memoria y piensas ‘pero qué amigos éramos’. Y lo que queda es mucho cariño”. “Cuando termines de escribir -apunta Antonio Martín antes de terminar la conversación- me gustaría que mandaras un saludo y un abrazo para todos los que están vivos, y un emocionado recuerdo para los que ya no están con nosotros”.

Entrevista publicada en El Pueblo de Ceuta