Apurad
que allí os espero si queréis venir
pues cae la noche y ya se van
nuestras miserias a dormir.
Vamos subiendo la cuesta
que arriba mi calle
se vistió de fiesta.
Joan Manuel Serrat nunca se cansa de
preguntar por qué. Quizá por eso nunca recupera su tema Vagabundear. Serrat sigue reflexionando y buscando respuestas en
las caras de su público, en el reflejo que ellos le devuelven de sus cincuenta
años dedicados a la música. Mira al frente, sin el tono ni la energía de ese “melenas”
al viento que enamoró a finales de los 60 a las que anoche en el Auditorio del Sodre a
su No hago otra cosa que pensar en ti, contestaban:
“¡Y yo!”. No, no tiene ya esa garra ni esa voz pero sí tiene el mismo carisma,
la misma meticulosidad para poner letras al corazón más desgarrado, y el mismo
arroje para enamorar a sus 71 como lo hizo entonces, cuando el Titiritero o …De cartón piedra; o como lo volvió a hacer anoche en el estreno
mundial de su nueva gira.
Serrat llegó a Montevideo para
escribir la primera letra de una gira que le volverá a llevar por países como
Argentina, Chile o España y con la que celebra sus cinco décadas encima de un
escenario, cumpleaños que ha festejado con la grabación de su trabajo
discográfico Antología desordenada,
una recopilación que combina temas de siempre con una treintena de duetos con
las mejores voces.
El público del Sodre, en el que
actuaba por primera vez, se levantó emocionado en cuanto el cantautor catalán
puso un pie sobre el escenario. Puntual, como no pasaría en España, y ovación de recibimiento. Serrat
tiene la capacidad de cantar al oído: a él, que acaba de cumplir cuarenta y se
siente reflejado en el ahora que hace 20
años que tenía 20 años, y a aquel otro, que se estrena como papá y escucha con
otro espíritu Esos locos bajitos; y a
aquella que se enamoró cuando el ave de paso permaneció para anidar en sus brazos.
Pero también a la autora de esta,
como dicen acá, “nota”, que escucha con la memoria y el corazón puestos en
España al compatriota, ahora que desde la lejanía Cataluña y Andalucía están
mucho más cerca, ahora que El sur también
existe (tema que levantó al público, y despertó seguro el alma del
compañero Benedetti) cobra la emoción de estar y sentir desde este otro sur,
tan lejos y tan cerca, tan diferente y tan emocionalmente similar. Quizá porque de lejos, dicen, se ve más claro que
no es igual quién anda y quién camina.
El carrusel del furo fue el tema con el que entró Serrat no a
matar, sino a permanecer. Llegó en tonos suaves, de canción de cuna (después
entregaría su Canço de bressol, en un
intimista regalo de tres temas en catalán). Siguió con aquello de De vez en cuando la vida… y ya ahí,
desde la segunda nota, tenía al público en el bolsillo de su americana y sus
pantalones vaqueros, indumentaria acorde a la edad pero al mismo tiempo reflejo
de ese señor que no quiere perderse en los años, receloso de cantar, y no cantó,
eso de No la educó, ya me hago cargo, pa'
un soñador de pelo largo, sabiéndose en la certeza, sin embargo, de que todos llevamos un viejo encima.
Cincuenta años de memoria compartida
Las luces, sencillas, jugaban
sobre un telón de brillos, que regalaba colores. Los músicos, los de siempre,
dirigidos por el maestro Ricard Miralles, con una banda que componen David Palau
a la guitarra, Ray Ferrer al contrabajo, Vicente a la batería, y Josep Mas a
los teclados.
Serrat recordó conmemoraciones, como
la de las ocho horas de la jornada laboral en Uruguay o los 500 años de la llegada
del hombre blanco al Río de la
Plata, para acabar con la de sus 50 años cantando. Los mismos queVíctor
Manuel, que anda de gira rodeado de amigos, con sus 50 años no es nada. Entre los aniversarios no recordó los 76 años, conmemorados
dos días antes, de la muerte, lejos del
hogar, del poeta Antonio Machado. Aunque cuando entonó Cantares, el público
volvió a emocionarse como solo se agarran a la piel temas tan universales y tan cercanos a
la memoria colectiva.
Hubo espacio para la crítica y prologó
Niño silvestre llamando a la lucha
contra la pobreza infantil. Habló además, con esa melancolía contenida que lo
caracteriza, de su sus añoranzas; recuerdos de sus primeros paseos por Montevideo
en los que se preguntaba qué tesoro sería ese que llevan los montevideanas
debajo del brazo en forma de termo. (Aún sigue
sorprendiendo, no a él, pero sí al viajero neófito que se encuentra por primera
vez con los rioplatenses de este lado).
De las evocaciones a las
sorpresas y sorprendió al público invitando a acompañarle al escenario a dos
cantantes nacionales: Fernando Cabrera, que le acompañó en un Titiritero en el que parecía no encajar
demasiado, y Cristina Fernández, que ofreció una vocación lírica con la que
vistió de gala el tema Es caprichoso el azar.
Para la libertad levantó otra ola de clamor popular. Fueron varias las exaltaciones, aunque pocas tan grandes como cuando Serrat desempolvó sus clásicos
en un popurrí que enamoró aún más a un publico entre los que seguro había Penélopes
y Lucías que portaban ese nombre porque sus madres amaban al que ahora ellas
tenían delante.
Tu nombre me sabe a hierba cautivó, pero aún más Hoy puede ser un gran día. Un tema que difícilmente se volverá a cantar con el ansia con el que lo entonaban en la gira de El gusto es nuestro. Todos los que
estuvimos en aquellos bolos recordaremos por siempre la presencia y la fuerza con
la que arropaban ese tema a cuatro voces Serrat, Ana Belén, Víctor Manuel y
Miguel Ríos. Quedo tan bien entonces, reconocía el propio Serrat unos días antes en
rueda de prensa, que no lo han vuelto a grabar para esta antología sino que han
recuperado esa misma grabación de 1996. Pocas giras habrá habido en España con
la entrega con la que se lanzaban a mediados de los noventa esos cuatro
artistas a la carretera.
Como sin querer pasar, pasó, y
llegó el final. Aunque no fue el final. No le dejaron. Hasta tres bises tuvo
que regalar el maestro para contentar a su público. Con Fiesta terminó Serrat, como no podía ser de otro modo. Su espectáculo había
sido una auténtica fiesta.