La mitad de Dios, o de cómo los actores llegaron al cielo

Momento del espectáculo. Foto La Comedia Nacional.
Un descerebrado militar que, hechizado, empieza a guiarse por sus instintos más primarios. Un párroco de pueblo con alma de Adonis engatusado por el lado hermoso de la vida. Una musulmana aparentemente radical a la que no se le ve ni la cara ni el espíritu. Una azarosa política dispuesta a todo por defender su escaño emocional. Y el mismo papa en versión rioplatense. 

Ese es el punto de partida de La mitad de Dios (obra inconclusa para piano y actores), una obra escrita y dirigida por Gabriel Calderón y que ha regresado a la cartelera montevideana en funciones de jueves y viernes en la sala Sala Zavala Muniz del Teatro Solís. 

Un espacio ruinoso pero bien ataviado que igual puede parecer una cosa que otra es el escenario del que parten estos cinco personajes. El soldado (Fernando Vannet), el cura (Levón), la musulmana (Stefanie Neukirch), la gobernadora (Roxana Blanco) y el papa (Juan Antonio Saraví) se presentan ante el espectador como unos monologuistas infranqueables, que vienen a contar qué pasó aquel día, cómo han llegado hasta aquí. El aparente juicio desemboca en otra cosa, y el espectador dejará de querer juzgarlos para ir descubriendo qué hilos los une.

La función parte del humor para transitar por el melodrama. El dramaturgo (hace algo similar en otra de sus obras en cartel, Algo de Ricardo, aunque en un tono muy diferente) utiliza la crítica para calar en el espectador. A veces, eso sí, no da opción a que el espectador razone y lo intenta amansar. (¿O a qué viene empezar la obra preguntando al público si no se cansan del teatro?)

Haciendo uso de los estereotipos, la trama analiza un tema tan contemporáneo y complejo como la guerra de religiones. El dramaturgo no se mete en profundidades pero sí hace un recorrido parcial y válido más allá de la defensa o no de religión alguna. Musulmanes, cristianos y ateos, en eterno debate. Por el escenario desfilan santos y milagros, rencillas y miedos, sueños de poca y alta escala y enfrentamientos personales. Qué hay detrás se hará esperar. 

El espectáculo, "quilombero" y divertido, tiene un par de magistrales golpes de efecto que hacen dar la vuelta a la tortilla en varias ocasiones. Unos grandes logros que se disipan, sin embargo, con un final pretencioso que decae, un soliloquio un tanto moralista que empobrecen a una función que puede volar muy alto. 

Más allá de un texto bueno, pero no exquisito, sobresalen por encima del dramaturgo un equipo actoral -integrantes de la Comedia Nacional- que se complementa a la perfección. Difícil no salvar un texto por malo que sea (y no es el caso) cuando lo levantan unos actores tan buenos. El mérito recae sin duda en ellos. Destaca por encima de todos, aunque le siguen muy de cerca los demás, una gobernadora impecable. Desconozco la trayectoria de Roxana Blanco, pero sin duda verla actuar incita a saber más sobre sus trabajos. El Dios de esta obra son, claramente, sus actores.

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*Valga aclarar que soy una neófita en teatro uruguayo, que apenas llevo un mes en Montevideo (soy española) y he visto solo tres o cuatro espectáculos; y que por lo tanto, desconozco si los actores que estoy viendo, el dramaturgo o el director son conocidos o desconocidos, tienen fama de buenos o de malos, les aclama el público o no. A cambio del desconocimiento, lo bueno es que eso me permite alejarme de estereotipos e imágenes preconcebidas.