Me llevaron a comer a Cándido, el famoso mesón segoviano. Nos hicieron sentar en un reservado y me propusieron entrar a formar parte de un gran proyecto periodístico que estaba cuajándose. A mí se me hizo la boca agua y no por la comida. Veía las letras PERIODISMO escritas en gigante junto a mi nombre, como llevaba años soñando. Yo tenía el ego de los 20 años, estaba en segundo de Periodismo y quería comerme el mundo.
Había comenzado repartiendo periódicos. Pasé a conocer al director, y de ahí a que me invitara a comer al restaurante y a ofrecerme casi casi dirigir el periódico. Yo, que aún estaba en pañales, creí que eran ciertos sus halagos y que había descubierto en mí a la gran periodista que aún no había podido sacar.
Tuve reuniones, hice mis primeros reportajes y me dispuse a cobrarlos. Cobrarlos y seguir escribiendo más… Pasaron los días, y silencio. Ni dinero, ni periódico, ni sueños. No cogía el teléfono, no estaba en ninguna parte… El director, literalmente, desapareció. Y me dejó tras él mi primer desengaño profesional.
Pasaron los meses y fundaron en la misma ciudad un nuevo diario. Pedí una cita con el director a fin de averiguar si tenía alguna relación con el 'desaparecido'. No la tenía, pero cuando le conté mi experiencia, él me contó lo que sabía: aquel empresario no solo se había ido sin pagarme a mí, sino dejando una importante deuda a otros tantos, y robando un coche. Ahora se encontraba, me dijo, en busca y captura por la policía.
Un año después de aquello comencé a colaborar con otro conocido medio online, un periódico que cuando publicabas el primer reportaje te informaban de que hasta el quinto no hacían el sumatorio para pagarte todo. En seguida me publicaron el segundo reportaje, el tercero, el cuarto… pero cuando les mandé el quinto me lo rechazaron. Probé con otro y me lo volvieron a rechazar. Me pareció extraño así que me puse a indagar.
No era la primera a la que le ocurría. Me encontré con muchos redactores que al quinto empezaban a ponerle pegas. Curiosamente todos al quinto, precisamente tras el cual pagaban. Fue el segundo choque con la realidad empresarial en el mundo del periodismo.
Terminada la carrera empecé a trabajar en un diario local en el que estuve tres años, en el que me curtí como periodista, y en el que terminamos denunciando a la empresa la mitad de la plantilla. Casi dos años después de ganar el juicio aún sigo esperando que se liquide el fallo. Ya a estas alturas poco me sorprendía, o eso pensaba yo, cuando aún debía toparme con dos historias más.
Hace menos de un año me ofrecieron embarcarme en un proyecto que pintaba muy bien. Venía de la mano de un reconocido empresario clave en la historia del periodismo. Cambié mis planes y, como lo hicieron algunos otros, me subí al barco con los ojos cerrados. No solo era un trabajo con buenas perspectivas, era recuperar la confianza en el periodismo, esa que a fuerza de malos empresarios había perdido.
Trabajé tres semanas que incluyeron número cero, rotativas, presentaciones, medios, políticos y repercusión. Algunos compañeros eran meses los que llevaban inmersos en el proyecto. Pero cuando llegó el momento de firmar el contrato, no estaban claras las cosas. Un día tras otro nos daban largas hasta que un día nos comunicaron que los peces gordos se habían peleado y que... “sálvese quien pueda”. Por supuesto, se salvaron ellos: los peces gordos. Mientras, los peces currantes no vimos ni un euro del tiempo y esfuerzo invertidos.
Después de aquella pensé que no volvería a caer nunca más en las garras de un empresario periodístico. Pero, ¡ay!, ingenua de mí…
Hace un mes, me dirigí a un periodista al que en su día admiré tantísimo (como periodista sigue siendo uno de los mejores), para ahora, metido a empresario, volver a reclamarle que me ingresara el dinero de mi último artículo publicado.
- ¿Cuándo me ingresáis el artículo? –pregunté.
- Es que pagamos a los dos meses de publicarlo –me contestaron.
- Pues ya hace tres meses que se publicó –le respondí yo.
Y hasta hoy.
Hoy me ha llegado por e-mail el nuevo número de la revista Periodistas, dedicada a "los más importantes proyectos periodísticos de futuro". Me ha hecho gracia...
La precariedad y las malas artes están tan arraigadas al periodismo como lo está la ética y la devoción. Es este al mismo tiempo el peor y el más bello oficio. Y yo no pongo la mano en el fuego porque no me vayan a volver a engañar. Tenemos empresarios muy malos, pero muy listos, a la cabeza del periodismo.
Lo bueno es que a medida que más conozco y menos creo en los empresarios periodísticos, más valoro el oficio y a los periodistas que realmente se han dejado la piel en él. Porque pese a las redacciones y pese a los que se sientan en las sillas de directores y gerentes de medios de comunicación, el periodismo de batalla sigue siendo el oficio más bello del mundo.
(Texto publicado el 7 de julio de 2015)