Las lágrimas (de cocodrilo) de los niños


Los dos lloraban. Ella no quiso salir al escenario, lloraba contenida. Él no quiso seguir jugando, lloraba a gritos. Los dos tenían 10 u 11 años, esa franja. Niños (o preadolescentes, da lo mismo). Él lloraba porque durante toda la mañana, en la yinkana, había estado picándose con su amigo. Los juegos se convirtieron en una pelea. Uno le dijo idiota, el otro le empujó, y así. "Ya no quiero ser tu amigo", le dijo. Le pegó. Y las lágrimas se agazaparon con los gritos de niño. 

Ella estaba en la marcha del Orgullo LGTB. Iba con sus padres en una manifestación dedicada a defender los derechos de los menores transexuales, puesto que pertenecía a una asociación de familias con menores trans. Pero alguien le dijo que los transexuales eran imbéciles. Y en el vídeo que proyectaron en la plaza denunciaron que la transexualidad aún se considera una enfermedad. La misma enfermedad que era hasta 1990 ser homosexual. 

Ninguno de los dos niños sabía que hace solo 40 años existía una ley de "peligrosidad y rehabilitación sexual" para castigar las relaciones homosexuales. Ellos no saben nada de la historia. Tampoco parecen saberla los que se preguntan el por qué de un orgullo LGTB. La niña de ayer solo entendía que no quería ser una niña enferma, ni imbécil. Y lloraba, lloraba como los adultos, con miedo, sin euforia. 

Por eso es necesario el día de hoy, porque aún no se ha logrado una normalización, porque aún hay miedo y rechazo, porque aún son necesarias leyes que regulen la igualdad de derechos, porque aún se persigue, castiga y estigmatiza al colectivo LGTB, porque el camino aún es largo.

El Orgullo LGTB es necesario porque los niños solo deberían de llorar porque su mejor amigo no quiere hoy jugar con ellos. Porque las lágrimas de los menores sólo deberían de ser de cocodrilo.