Teatro: Moliére y su contemporáneo Tartufo

Desmesurada idolatría, o ‘autoidolatria’. Críticas autocomplacientes. Miedos escondidos. Consumismo. Fatigas. Más miedos. Y mucha hipocresía. Y en medio de este mundo de ruinas y despropósitos, de oxímorones constantes, de sinsaberes y sinsabores, de falsedad… En mitad de este cóctel molotov que nos autodestruye, el arte. El arte para volver a ponernos en un perdido (o casi) lugar crítico. 

Hace más de 300 años que el dramaturgo francés Moliére creó Tartufo o el impostor, una obra de teatro que recrea la influencia que ejerce Tartufo, un hipócrita ávido de poder y dinero –¿no es acaso lo mismo?– sobre Orgón, un hombre sencillo de clase media alta que queda encandilado por las bondades del falso devoto. Tan ensimismado que ni su esposa ni su hija lograrán hacerlo entrar en crítica, quitarle la venda de los ojos. 

Como en las buenas obras de arte, el drama es atemporal y aborda temas que aún reflexionados desde una mirada contemporánea no han perdido un ápice de vigencia. La hipocresía que ahonda (cada vez con más fuerza y desgarro) en las relaciones humanas. Los intereses que nos apremian a actuar aún cuando sea dando pasos que van en contra de la que creíamos nuestra integridad moral y mental. La necesidad, incluso la no reconocida –sobre todo la no reconocida– de cariño. Más incluso que la de sentirnos valorados. Queremos sentir que realmente alguien nos quiere

La compañía Venezia Teatro pone en escena un espectáculo que parece creado ayer mismo. Recupera el texto original para crear una función totalmente vigente y contemporánea, crítica, aguda y eficaz. Lo hace contemporáneo, con guiños constantes al presente. Pero, afortunadamente –cómo se le agradece–, no comete el tan extendido error de desvirtualizarlo. No hace una farsa valleinclanesca de las palabras de Moliére. No hace un estrépito sin sentido. Al contrario, mantiene el drama en su momento histórico y la contemporaneidad llega desde la intención, con la puesta en escena. La versión es de Pedro Víllora, y José Gómez-Friha está a cargo de una exquisita dirección.

También se agradece que los actores se encuentren en la misma sintonía. Alejandro Albarracín, Lola Baldrich, Vicente León, Nüll García, Ignacio Jiménez y Esther Isla se convierten en esta familia. Con impecable manejo del espacio escénico, con la necesaria contención y con un agudo ingenio dan vida a los personajes. No destacan unos por encima de otros, no se pisan, no se hieren. Al contrario, una agradable compenetración entre los actores favorece el espectáculo, convirtiéndose en uno de sus puntos fuertes. 

El otro punto fuerte del drama es el humor. Pese al tema y al siglo, la obra invita a las constantes risas, al juego. Es una función divertida, que además de instar a la crítica y dejarnos reflexionando –sobre todo con el inesperado (¿o no?) final–, hace pasar un buen rato a los espectadores. ¿Qué más se le puede pedir a una obra de teatro?


*Tras su paso por Madrid, Tartufo o el impostor está recorriendo ciudades españolas como Alicante, Vizcaya…