Aguarda aplacada, paciente. Nadie sabe nada de ella. Es una más de los muchos que esperaban, el pasado viernes 27 de febrero la llegada de José Mujica a la Plaza Independencia. Ansiosas, centenares de personas permanecían pendientes de la aparición del "viejito", el ídolo de masas, el político que ha puesto Uruguay en el punto de mira del mundo por su cercanía, su estilo campechano y su carisma. Ya lo decía Joan Manuel Serrat hace unos días, cuando vino a Montevideo a estrenar su gira: "En todos lados saben quién es el gordito ese campesino que gobierna aquel país perdido allá, eso lo saben, es quizá la mejor contribución que ha hecho este último gobierno".

Pepe Mujica y su compañera de militancia y vida, Lucía Topolansky, son el extremo del amor. Aunque también pasa como con Podemos (y las comparaciones son odiosas). En Uruguay se ama al "viejito" pero con alguna reticencia, con pequeñas críticas; mientras que fuera del país se le adora con el fervor y el poco juicio del que ama en masa. Pablo Iglesias es el dios del exiliado, la esperanza del que lo ve desde fuera, mientras que desde dentro de un país "tocado y hundido" se le ven también los contras.
"El dolor de la España irredenta y admirada"

Mujica recordó "los primeros trabajos" y la "lucha por la vida" y se acordó de ese Uruguay al que llegaba "el dolor de la España irredenta y admirada”. “Empezábamos a surgir y no nos dábamos cuenta de que dejamos de ser la Suiza de América, para ser definitivamente latinoamericanos".
Con ese orgullo patrio, Mujica recordó lo que otras veces ha dicho, lo que le ha convertido en el hombre de honor que se le considera. En uno de sus últimos aclamados discursos, en la presentación de la cumbre de Unasur en Ecuador, Mujica afirmó: "O se está con la mayoría o se está con la minoría; ser político es tomar decisiones, y no se puede ser neutral, hay que tomar partido". Mujica, afable pero reivindicativo, había recordado entonces que del despilfarro tenemos todos la culpa. "Dos millones de dólares por minuto se gasta en presupuesto militar", lamentó el uruguayo, sosteniendo que decir que no hay recursos es "no tener vergüenza".

La del viernes fue su despedida como presidente, su guinda a una tarta que ha sabido degustar a lo largo de sus cinco años de mandato. El domingo su papel quedó en segundo plano, aunque no tanto como en tomas de mando precedentes. La función de Mujica era la de salida, la de colocarle al presidente entrante la banda, devolvérsela pues fue Tabaré Vázquez quien se la entregó a principios de legislatura. Pero su función fue más allá, pues Uruguay y Mujica, ese guerrillero que se fugó junto a otros 110 integrantes del Movimiento de Liberación Nacional, Tupamaros, (MLN-T), de la cárcel Punta Carretas después de 13 años preso, formarán ya por siempre un tándem inquebrantable.
Tabaré Vázquez, un presidente austero
Tabaré Vázquez es uno de los pocos presidentes que ha pasado dos veces por la presidencia de Uruguay (les ocurrió a Fructuoso Rivera, a José Batlle y Ordóñez y a Julio Sanguinetti). El presidente entrante llegó al Palacio Legislativo cerca de las diez de la mañana del domingo 1 de marzo. Dictó un tedioso alegato histórico en el que defendió el poder de la historia y dejó los proyectos electorales para anunciarlos por la tarde a través de la televisión. Marcaría entonces la agenda con aspectos sobre la violencia en el deporte, el alcoholismo, la independencia fiscal, la lucha contra la delincuencia o las nuevas construcciones de vivienda. Otros temas, como el de la marihuana, han sido polémicos antes, después y durante la legislatura. La venta de cannabis en farmacias, ley aupada por Mujica, no ha sido llevada a cabo y su puesta en marcha queda en manos de Tabaré Vázquez. El presidente entrante mostró su "preocupación" por este tema y no cerró la puerta a modificar la actual normativa si los resultados no son satisfactorios.

Después, fue el acto de investidura. En representación de España estuvo el rey Juan Carlos I, que no fue de los invitados más aclamados. También de España estuvo en el acto el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, que un día antes se había reunido con los socialistas afincados en Montevideo. Otros invitados fueron el presidente de Ecuador, Rafael Correa, y el de Cuba, Raúl Castro. Las tensiones con Argentina no sucumbieron, y la presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, no apareció. En su lugar estuvo el vicepresidente, Amado Boudou, que fue recibido con abucheos.
"Republicanos porque nos quedó incrustado que nadie es más que nadie"

En su discurso del viernes, en sus recuerdos –la nostalgia es característica de los uruguayos hasta el punto de tener una fiesta dedicada a ello, el 24 de agosto–, Mujica nombró también aquellos "tiempos de marchas a veces con gotitas libertarias que se daban en el quehacer estudiantil". Años en los que "frente a Europa, el país iba quedándose sin recursos": "Un intercambio ruinoso (…), democracia que había de enfermar porque nada había para repartir".

El "viejito" llevó hasta extremos su discurso, lo dijera delante de un rey o de un plebeyo. En su apelación ante el pueblo había recordado también esa fuerza. "Al cabo de tanto trajín –apuntó–, supimos que la lucha que se pierde es la que se abandona pero también, querido pueblo, saber que no hay ningún final sino el camino mismo, y que muchos otros arrimarán lo suyo y continuarán el camino de lucha".

"Querido pueblo, si tuviera dos vidas las gastaría enteras para ayudar tus luchas, porque es la forma más grandiosa de querer la vida que he podido encontrar a lo largo de mis casi 80 años”. Con estas palabras, el presidente saliente, el que ilustraba con su rostro las caretas, las tazas, las banderas y las camisetas que se vendían por las calles, volvió a hablar con fuerza. Mujica, el héroe del merchandising montevideano, se dirigió al pueblo y concluyó: “No me voy, estoy llegando. Me iré con el último aliento y donde esté, estaré por ti, estaré contigo, porque es la forma superior de estar con la vida. Gracias querido pueblo".
Reportaje publicado en la Revista CTXT