En la despedida de Mujica: "No me voy, estoy llegando"


Aguarda aplacada, paciente. Nadie sabe nada de ella. Es una más de los muchos que esperaban, el pasado viernes 27 de febrero la llegada de José Mujica a la Plaza Independencia. Ansiosas, centenares de personas permanecían pendientes de la aparición del "viejito", el ídolo de masas, el político que ha puesto Uruguay en el punto de mira del mundo por su cercanía, su estilo campechano y su carisma. Ya lo decía Joan Manuel Serrat hace unos días, cuando vino a Montevideo a estrenar su gira: "En todos lados saben quién es el gordito ese campesino que gobierna aquel país perdido allá, eso lo saben, es quizá la mejor contribución que ha hecho este último gobierno".

El amor a Mujica es frontal. Por eso, el pueblo, ataviado con caretas de su presidente saliente, recorría las calles con cantos de apoyo. El ya expresidente uruguayo había decidido homenajear a su pueblo. Y el pueblo le respondió. Choca al extranjero. Nadie se imagina una España en la que las caretas de Rajoy sean por afecto y no como resultado de un carnaval en el que el disfraz se complemente con un sobrecito en la mano y el grito de: "Bárcenas, vuelve a la cárcel". Igual pasa en el resto de Europa. ¿Imaginaríamos a un alemán con la foto de Angela Merkel colgada al cuello? ¿Y a un francés con una de François Hollande a la que dar besos?

Pepe Mujica y su compañera de militancia y vida, Lucía Topolansky, son el extremo del amor. Aunque también pasa como con Podemos (y las comparaciones son odiosas). En Uruguay se ama al "viejito" pero con alguna reticencia, con pequeñas críticas; mientras que fuera del país se le adora con el fervor y el poco juicio del que ama en masa. Pablo Iglesias es el dios del exiliado, la esperanza del que lo ve desde fuera, mientras que desde dentro de un país "tocado y hundido" se le ven también los contras.

"El dolor de la España irredenta y admirada"

El viernes, el pueblo protestaba porque querían abrazar a su presidente saliente y los periodistas eran tantos que dificultaban el acceso. Mujica llegó, se paseó junto a su esposa y se dirigió a quienes lo aclamaban. "Es tiempo de agradecerte a ti por el honor que me regalaste y contarte una pequeña historia, similar a la de muchos otros", inició Mujica su relato, en el que habló de “un barrio lejano donde morían las chacras y nacían los hogares proletarios”. Recordó su escuela “siempre atestada” y hasta las zapatillas de la época o "las madres duras que siempre le daban la razón a la maestra”. Discurrió por esos años de “huérfana niñez” para atracar en una adolescencia que llegaba "cuando se acallaban los cañones de la Segunda Guerra Mundial".

Mujica recordó "los primeros trabajos" y la "lucha por la vida" y se acordó de ese Uruguay al que llegaba "el dolor de la España irredenta y admirada”. “Empezábamos a surgir y no nos dábamos cuenta de que dejamos de ser la Suiza de América, para ser definitivamente latinoamericanos".

Con ese orgullo patrio, Mujica recordó lo que otras veces ha dicho, lo que le ha convertido en el hombre de honor que se le considera. En uno de sus últimos aclamados discursos, en la presentación de la cumbre de Unasur en Ecuador, Mujica afirmó: "O se está con la mayoría o se está con la minoría; ser político es tomar decisiones, y no se puede ser neutral, hay que tomar partido". Mujica, afable pero reivindicativo, había recordado entonces que del despilfarro tenemos todos la culpa. "Dos millones de dólares por minuto se gasta en presupuesto militar", lamentó el uruguayo, sosteniendo que decir que no hay recursos es "no tener vergüenza".

"En esta vida hay que pelear –había dicho entonces–. La vida se te escapa minuto a minuto. Lucha por vivirla, por darle contenido. (…) Lo imposible sólo cuesta un poco más, y derrotado sólo está aquel que baja los brazos. Si quieren vivir felices, levanten una idea en la que creer y vivan para servirla. El mundo que tendremos será el que seamos capaces de crear".

La del viernes fue su despedida como presidente, su guinda a una tarta que ha sabido degustar a lo largo de sus cinco años de mandato. El domingo su papel quedó en segundo plano, aunque no tanto como en tomas de mando precedentes. La función de Mujica era la de salida, la de colocarle al presidente entrante la banda, devolvérsela pues fue Tabaré Vázquez quien se la entregó a principios de legislatura. Pero su función fue más allá, pues Uruguay y Mujica, ese guerrillero que se fugó junto a otros 110 integrantes del Movimiento de Liberación Nacional, Tupamaros, (MLN-T), de la cárcel Punta Carretas después de 13 años preso, formarán ya por siempre un tándem inquebrantable.

Tabaré Vázquez, un presidente austero

Tabaré Vázquez es uno de los pocos presidentes que ha pasado dos veces por la presidencia de Uruguay (les ocurrió a Fructuoso Rivera, a José Batlle y Ordóñez y a Julio Sanguinetti). El presidente entrante llegó al Palacio Legislativo cerca de las diez de la mañana del domingo 1 de marzo. Dictó un tedioso alegato histórico en el que defendió el poder de la historia y dejó los proyectos electorales para anunciarlos por la tarde a través de la televisión. Marcaría entonces la agenda con aspectos sobre la violencia en el deporte, el alcoholismo, la independencia fiscal, la lucha contra la delincuencia o las nuevas construcciones de vivienda. Otros temas, como el de la marihuana, han sido polémicos antes, después y durante la legislatura. La venta de cannabis en farmacias, ley aupada por Mujica, no ha sido llevada a cabo y su puesta en marcha queda en manos de Tabaré Vázquez. El presidente entrante mostró su "preocupación" por este tema y no cerró la puerta a modificar la actual normativa si los resultados no son satisfactorios.

Mientras el presidente electo firmaba en el interior del Palacio Legislativo, unos 50 militantes de la Unión de Juventudes Comunistas coreaban: "Maduro, amigo, el pueblo está contigo": Los ánimos se calmaron a la salida del recién presidente, quien junto al vicepresidente, Raúl Sendic, recorrió la Avenida del Libertador hasta la Plaza Independencia. Fue bien recibido aunque 300 militantes ataviados con camisetas blancas tuvieron que hacer los efectos de cordón policial. Las calles se llenaron de viandantes con las caras pintadas de azul, blanco y rojo, los colores del Frente Amplio, el partido de los presidentes saliente y entrante. La sobriedad de Vázquez chocaba con la sencillez y espontaneidad de Mujica.

Después, fue el acto de investidura. En representación de España estuvo el rey Juan Carlos I, que no fue de los invitados más aclamados. También de España estuvo en el acto el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, que un día antes se había reunido con los socialistas afincados en Montevideo. Otros invitados fueron el presidente de Ecuador, Rafael Correa, y el de Cuba, Raúl Castro. Las tensiones con Argentina no sucumbieron, y la presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, no apareció. En su lugar estuvo el vicepresidente, Amado Boudou, que fue recibido con abucheos.

"Republicanos porque nos quedó incrustado que nadie es más que nadie"

La aprobación de Mujica entre los ciudadanos era del 60%, según las encuestas realizadas por los diferentes medios de comunicación nacionales. Tabaré Vázquez también tuvo altos índices de popularidad durante su mandato anterior. Ambos son rostros del Frente Amplio, un partido de izquierdas, una izquierda uruguaya que afronta su tercera legislatura. "El Pepe no se va" era uno de los eslóganes más aclamados en unos actos que parecían querer detener el tiempo. Mujica, que había dedicado su última mañana como presidente a trabajar la tierra con su tractor, pidió al pueblo que hiciera "todo lo posible" para apoyar al Gobierno que arranca. "Darle toda la fuerza que pueda, porque si al Gobierno le va bien, al pueblo también", pidió. No en vano, Mujica no se va de la política. El pasado martes 3 asumió su banca en el Senado.

En su discurso del viernes, en sus recuerdos –la nostalgia es característica de los uruguayos hasta el punto de tener una fiesta dedicada a ello, el 24 de agosto–, Mujica nombró también aquellos "tiempos de marchas a veces con gotitas libertarias que se daban en el quehacer estudiantil". Años en los que "frente a Europa, el país iba quedándose sin recursos": "Un intercambio ruinoso (…), democracia que había de enfermar porque nada había para repartir".

"Años de estancamiento, de utopía militante. Nos terminamos jugando todo, como muchos otros. Sufrimos e hicimos sufrir y somos conscientes. Pagamos precios enormes pero seguimos por milagro vivos, templándonos y aprendiendo con la adversidad", valoró Mujica. Añadió que ese tiempo vivido le hizo "mucho más humilde". Del mismo modo, se autoproclamó "republicano porque nos quedó incrustado que nadie es más que nadie". Eso no quitó para que Mujica aprovechara la visita del rey Juan Carlos para que este se pasara por su famosa chacra. Mujica le recordó al rey los años de presidio y le apuntó que de aquel tiempo aprendió a vivir "liviano de equipaje". "Dicen que soy un presidente pobre –le dijo Mujica al rey– pero pobre no, pobres son los que precisan mucho".

El "viejito" llevó hasta extremos su discurso, lo dijera delante de un rey o de un plebeyo. En su apelación ante el pueblo había recordado también esa fuerza. "Al cabo de tanto trajín –apuntó–, supimos que la lucha que se pierde es la que se abandona pero también, querido pueblo, saber que no hay ningún final sino el camino mismo, y que muchos otros arrimarán lo suyo y continuarán el camino de lucha".

Mujica hizo balance de cinco años de "lucha permanente" entre "el egoísmo natural que llevamos adentro" y "la otra gran fuerza, la solidaridad", y antes de despedirse, agradeció los abrazos, “pero también las críticas", "el cariño y el hondo compañerismo" que recibió cada vez que se sintió solo ante la presidencia.

"Querido pueblo, si tuviera dos vidas las gastaría enteras para ayudar tus luchas, porque es la forma más grandiosa de querer la vida que he podido encontrar a lo largo de mis casi 80 años”. Con estas palabras, el presidente saliente, el que ilustraba con su rostro las caretas, las tazas, las banderas y las camisetas que se vendían por las calles, volvió a hablar con fuerza. Mujica, el héroe del merchandising montevideano, se dirigió al pueblo y concluyó: “No me voy, estoy llegando. Me iré con el último aliento y donde esté, estaré por ti, estaré contigo, porque es la forma superior de estar con la vida. Gracias querido pueblo".

Reportaje publicado en la Revista CTXT