Si decimos febrero y decimos Romanticismo, probablemente nos venga a la mente San Valentín. Pero no venimos a hablarles de ese romanticiscmo (ya dejaremos ese artículo para cuando se acerque el 14 de febrero), sino del Romanticismo más cultural. Ese movimiento literario (bueno, realmente abarcaba no solo la literatura, sino todas las artes) que se propagó cual virus por toda Europa cuando pasamos del siglo XVIII al XIX. Como todo movimiento, nacía para romper los parámetros del pasado, para dejar atrás las ideas del neoclasicismo y la Ilustración. Es decir, adiós a la lógica y la razón; bienvenidas las pasiones.
Inglaterra, Francia y Alemania arrancaron el movimiento. ¿Pero qué tiene que ver este movimiento con febrero? Pues que, casualmente (o no), los grandes nombres del Romanticismo nacieron o murieron en febrero. Autores que centraron su obra en esa exaltación del yo, de sus emociones y pasiones; autores que, precisamente, difuminaron vida y obra porque el ser romántico no entiende de diferencias. Sus obras son sus vidas ; su vida es su yo.
Un día como hoy, un 1 de febrero no nació, sino que murió la dramaturga Mary Shelley, autora de obras como Frankenstein o El Moderno Prometeo. Shelley se vincula al Romanticismo británico, aunque fue muy crítica con el propio movimiento, especialmente con la obsesión de sus coetáneos por el individualismo; ella abogaba por un romanticismo más grupal, menos egocéntrico y más político. De hecho se puede decir que aún estaba muy influenciada por sus antecesores en la ilustración, aunque como buena romántica, desde la desilusión.
El autor probablemente más representante del Romanticismo fue Víctor Hugo, quien nació el 26 de febrero de 1802. El escritor francés logró convertirse en mito; en gran parte porque vivió más de 80 años, algo casi impensable en la época -de hecho sobrevivió a gran parte de sus hijos-, y vivir tantos años le permitió escribir mucho, de casi de todos los temas y en muchos géneros. Cultivo poesía, novelas, teatro, discursos... Convirtiéndose en una gloria nacional de Francia y dejando obras universales como Los miserables.
Aquí en España, también nuestros autores del Romanticismo están vinculados a febrero. José Zorrilla, autor del drama romántico español por excelencia, Don Juan Tenorio, nació el 21 de febrero de 1817 en Valladolid. Algunas de sus obras, como Vivir loco y morir más; El puñal del godo, o Traidor, inconfeso y mártir son, desde el propio título, una exaltación romántica. Pero, además, inunda sus dramas de dos características de este movimiento: por un lado, coloca a sus personajes en un pasado histórico, como suele ser el medievo. Por otro lado, describe amores apasionados que chocan contra las normas sociales y que están abogados a la fatalidad, con sus duelos, sus suicidios... A ello le añade una pizca de venganza y tiene el cóctel perfecto del romántico.
Y para terminar la lista, aunque alguno más queda, el romántico favorito de los periodistas: Mariano José de Larra, quien no nació sino murió en febrero. Y además fue un suicidio, la muerte más retratada en el Románticismo. (Da también para otro artículo la moda romántica del suicidio, en la que los jóvenes -inspirados por sus escritores favoritos- se suicidaban en masa).
Larra se suicidó en la víspera de San Valentín, el 13 de febrero de 1837, un suicidio que leyendo su obra podía preverse. Un suicidio a los 27 años por desamor, después de que su amante Dolores Armijo lo abandonara pero, sobre todo, por desilusión. Larra, se ha dicho siempre, no se suicidó por una mujer, se suicidó por un país. A Larra le dolía España. El número 3 de la calle madrileña de Santa Clara, donde ocurrieron los hechos, muestra una placa recordando que ahí vivió el autor, y el Museo Romántico de Madrid conserva la pistola del suicidio.
Larra fue autor de importantes artículos periodísticos en forma de sátiras que si se leen hoy en día no han perdido ni un atisbo de contemporaneidad. Larra es un crítico, un eterno descontento. “Escribir en Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla”, decía.
Febrero nos trajo y se llevó a grandes escritores románticos, así que, estemos o no enamorados, siempre es un buen mes para recuperar su legado y enamorarnos de las palabras que nos regalaron.
Artículo publicado en Qrónica