La eterna (y terrible) presencia de ‘Hijos de la ira’

 

Foto: Qrónica


El mundo nos repite las mismas historias, la crueldad de las guerras, las miserias humanas. Algunos escritores dejaron en herencia ‘manuales’ de vida, que parece que no hayamos abierto. Nos adentramos en ‘Hijos de la ira’, de Dámaso Alonso, para entender la crueldad y ver si logramos, o no, atisbar un resquicio de ternura. 

“La vida es monstruosa porque es inexplicable. Cada ser es un monstruo porque es inexplicable, extraño, absurdo”. Con estas palabras se expresaba el poeta Dámaso Alonso en su poemario Hijos de la ira. Un texto que hoy recuperamos no porque sea su aniversario, sino por su acuciante contemporaneidad. Porque vivimos tiempos de confusión y miedo y quizás solo hacer uso de esas palabras que nos dejaron escritas, alertándonos, pueda servirnos. La poesía, la belleza de la poesía, para sobrevivir a un mundo gris, más bien completamente negro.

Dámaso Alonso fue poeta, profesor, lingüista y crítico literario. Madrileño, vivió entre 1898 y 1990. Fue de esos poetas que se hizo artista al amparo de esa Residencia de Estudiantes que vio crecer a los poetas de la Generación del 27, de la que también él formó parte.

Hijos de la ira se considera la obra cumbre de su literatura. Escrita en 1944, en ella el poeta expresa un grito de angustia, cólera y desamparo ante el espectáculo de dolor y miseria que ofrece el mundo que lo rodea.

“Va despacio, arrastrando los pies, / desgastando suela, desgastando losa,/ pero llevada / por un terror / oscuro, /por una voluntad / de esquivar algo horrible”. Este es uno, casi al azar, de los duros fragmentos de un libro que, si lo usáramos para describir los tiempos actuales, parecerían estar hechos en este mismo instante.

Alonso muestra la crueldad de la vida, y aún así en su obra, a veces, atisba un poco de ternura. Puede que la ternura de pensar que un día seremos mejores, aunque ese día ni llegó con él ni ha llegado ahora. Porque en la obra de Alonso, la ira reinante es una llamada de auxilio, no desde él sino enfrascada hacia un mundo que se descompone, un universo que se destruye.

Esta obra es el texto principal de una corriente llamada ‘la poesía desarraigada’, textos literarios de la inmediata posguerra española, que muestran la disconformidad del poeta con su entorno, a través de unos versos doloridos, de angustiosa, de desesperanza individual. No una poesía hecha desde el exilio, sino desde el centro del corazón del dolor. Las consecuencias, siempre terribles, de una guerra. La destrucción para cuya recuperación harán falta décadas. Cuya recuperación emocional nunca llega a producirse del todo. Los que mueren y quienes, aún quedando vivos, la muerte se los llevó el día que tuvieron que dejar bajo la tierra el cuerpo de sus padres, de sus compañeros, de sus hijos.

Una historia que se repite. Una generación de poetas que lucha entre imitar o excluir las antiguas formas clásicas, pero al mismo tiempo se acerca a la pureza más viva. “Yo buscaba -reconoce Dámaso Alonso- una expresión para mover el corazón y la inteligencia de los hombres, y no últimas sensibilidades de exquisitas minorías”. Igual el problema está en que para remover emociones necesitamos -como pedía el poeta- tener corazón e inteligencia. Dos bienes, que como la leche y el aceite, tienden a escasear. 



Artículo publicado en Qrónica